viernes, 4 de septiembre de 2009
Todo comenzó cuando tenía seis años, en Costa Rica estaba de moda un programa infantil llamado las Aventuras de Tricolín, si tenés mi edad podrás adivinar la época, y a mi adorada familia se le ocurrió una excursión al hospital de Niños para ver a los bichos jupones. El carajillo era medio inquieto, por aquella temporada no estaba de moda la ritalina, por dicha para mí, por eso el tranquilizante era un pellizco de mi mamá, el estate quieto era suficiente para contener mis ganas de patear el cabezón que se hacia el simpático conmigo. La verdad me desilucioné con la imagen del personaje, por eso en pocos minutos le perdí interés y mi ilusión era salir de allí lo más rápido posible, lo malo era que a pesar de vivir a dos kilómetros del sitio, no tenía ni plata para el bus, ni la menor idea de como ubicarme para regresar a jugar la mejenga de las tres en el play del barrio. Cometí el error de mi vida, solté la mano de mi sacrosanta madre y en instántes, en medio del mar de gente, me perdí para verme arrastrado por la corriente de personas a mi alrededor. Cuando me dí cuenta estaba adelante, adelante, el lugar que mi familia quería tener, pero no podía por llegar tarde como buenos ticos. Entonces el bicho cabezón más grande se acercó a mí, por favor póngale música al estilo de Alfred Hitchcook, ese miedo estilo sicosis invadió todo mi metro sesenta y cinco, sin darme cuenta me había convertido en protagonista del circo, al ser subido a una caravana de los personajes, después de varias muecas al estilo de cucharas, comencó a disfrutar los placeres de la efímera fama, fue allí cuando me di cuenta de que no era tan malo estar perdido, a pesar de que no imaginaba el sufrimiento, que según mi madre, le había causado, al punto de causar un revuelo tan grande como el jolgorio por los muñecos. Continuará...
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muy vacilonas tus aventuras, yo tambien me he perdido montones de veces, despues te contare
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